Vivir con metas no es una carga, es una elección consciente. Es decidir cada día no quedarte en el mismo lugar donde te dejaron el miedo, la rutina o el “así soy”. Las metas no tienen que ser gigantes, solo tienen que ser tuyas. A veces es tan simple como proponerte sentirte mejor, volver a empezar o dejar de vivir en piloto automático. Quien tiene dirección, tiene poder.
La gente con metas no se conforma, se mantiene viva. No es ambición desmedida, es propósito. De saber que tus pasos no son en vano, que tu energía está siendo invertida en algo que te nutre y te eleva. Una mujer con metas no se pierde en lo urgente, porque tiene claro qué es lo importante. Su brújula no está afuera, está en su interior.
Cuando no tienes metas, la vida te impone las suyas: el miedo decide por ti, los demás hablan por ti, la rutina ocupa tu espacio. Pero cuando tú te atreves a decidir hacia dónde vas, algo cambia. Empiezas a ver señales, a atraer conexiones con sentido, a sentir que no estás sola en lo que deseas. Tener metas no es tener todas las respuestas, es animarte a hacer las preguntas correctas.
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