Hay gestos que parecen mínimos pero tienen un impacto profundo: encender una vela antes de escribir, estirarte frente a la ventana al despertar, agradecer antes de dormir. Tus rituales diarios son más que hábitos: son recordatorios de que tú tienes el control de tu energía y tu enfoque. Le dan estructura a lo invisible y propósito a lo cotidiano.
Un ritual no tiene que ser perfecto ni complejo. Basta con que tenga sentido para ti. Puede ser un mantra que repites en el espejo o el momento de apagar el celular para reconectar contigo.
Lo importante es que lo conviertas en un acto consciente, que te alimente por dentro y te devuelva a tu centro, incluso cuando el día se desordena.
Estos espacios también se convierten en una forma de autocuidado. Son declaraciones silenciosas de que tu bienestar es una prioridad. Cuando los incorporas con intención, incluso los días difíciles se sienten menos pesados, porque sabes que tienes un refugio al que volver.
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