Cada mañana, cuando abro los ojos, me doy cuenta de que tengo una nueva oportunidad para encontrar razones para sonreír. No siempre es fácil. Hay días grises, momentos de incertidumbre y desafíos que parecen insuperables. Pero he aprendido que, incluso en los días más difíciles, hay algo que me motiva.
Sonreír no es solo un reflejo de felicidad, es una elección consciente de enfocarse en lo positivo, de valorar lo pequeño. A veces, me encuentro sonriendo por un simple gesto: una taza de café caliente en la mañana, un mensaje inesperado, o el canto de un pájaro al pasar. Estos momentos me recuerdan que la vida está llena de pequeños detalles que, si los dejamos, pueden alegrarnos el día.
Cuando estoy abrumada por el trabajo y pienso que nada va a salir bien, me detengo, oro y recuerdo que tengo la opción de tomar las cosas de la mejor manera o ver todo de forma negativa. Es entonces cuando escojo ver lo mejor del momento. Me siento libre, esperanzada y con la motivación que viene dentro de mi.
Cuando el día a día te abrume, piensa en la gente que quieres y que te quiere, piensa en las metas que has alcanzado, en los sueños que tienes, en algún viaje que hayas hecho, seguramente una sonrisa se te va a dibujar en tu rostro, y ahí, comienzas a ver todo de forma diferente.
Al final, sonreír es una forma de agradecer, de reconocer que, a pesar de los altibajos, hay belleza en lo cotidiano. Es una manera de decirle al mundo que estoy aquí, lista para enfrentar lo que venga, con una sonrisa en el rostro.
Así que cada día, busco y encuentro esas razones, a veces escondidas, a veces evidentes, pero siempre presentes. Porque la vida es demasiado corta para no sonreír y demasiado hermosa para no disfrutarla, incluso en los pequeños momentos.
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