Siempre fui de las que decía que sí a todo. Me encantaba ayudar a los demás, pero al final del día me sentía agotada y abrumada. Mi calendario estaba repleto de compromisos y mi mente, de preocupaciones. No tenía tiempo para mí misma, ni para disfrutar de las pequeñas cosas.
Me sentía como una pelota de ping-pong, yendo de un lado a otro, tratando de complacer a todos. Decía que sí a proyectos laborales que no me entusiasmaban, a salidas con amigos cuando lo que más deseaba era quedarme en casa, y hasta a favores que me quitaban un tiempo valioso.
Fue entonces cuando empecé a darme cuenta de que estaba sacrificando mi bienestar por el de los demás. Me sentía culpable por decir no, pero al mismo tiempo, me resentía por no poder hacer todo lo que quería.
La decisión de establecer límites fue una de las más difíciles que he tomado. Al principio, me costó mucho decir no. Temía las reacciones de los demás, me preocupaba decepcionarlos. Pero con el tiempo, me di cuenta de que decir no, no era una muestra de egoísmo, sino de amor propio.
Cuando comencé a establecer límites aprendí a priorizar mis necesidades y a decir que sí solo a aquello que realmente me importa. Descubrí que tengo más tiempo para las cosas que amo, como leer, escribir o simplemente relajarme. Fortalecí mis relaciones, porque ahora soy más auténtica y honesta conmigo misma y con los demás.
Si tú también te sientes abrumada y quieres tomar el control de tu vida, te animo a que empieces a decir no. Es un proceso gradual, pero los beneficios son inmensos. Al principio puede ser difícil, pero con cada “no” que dices, te sentirás más empoderada y segura de ti misma.
Recuerda, decir no, no significa ser mala persona o egoísta. Significa que estás cuidando de ti misma y de tu bienestar. Y eso es lo más importante.
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